Reseña «Una habitación propia», de Virginia Woolf

una_habitacion_propia_portadaTítulo: Una habitación propia
Título original: A Room of One’s Own
Autora: Virginia Woolf
Idioma original: inglés
Año de publicación: 1929
Género: ensayo
Número de páginas: 112
Perfil del libro en Goodreads
Valoración: ⭐️⭐️⭐️

Primera frase del libro:

«Pero, me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela».

¿De qué trata?:

En este ensayo feminista, basado en unas conferencias que la propia autora impartió en dos universidades femeninas, Woolf habla del papel de la mujer en la sociedad (británica) y, sobre todo, las trabas que encuentran para ser escritoras y poder dedicarse profesionalmente a la literatura.

Vale, ¿y qué me ha parecido?:

Una habitación propia no es una lectura fácil. Durante las primeras 20-30 páginas estuve a punto de abandonar. Pero si tienes paciencia y continúas leyendo, si logras atravesarlas, encontrarás ideas interesantísimas y actuales. Han pasado varias semanas desde que lo terminé, tiempo en el que lo he dejado reposar y que me ha servido para darle más valor.

«Si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría uno como una persona importantísima; polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos. Pero esta es la mujer de la literatura. En la realidad, como señala el profesor Trevelyan, la encerraban bajo llave, la pegaban y la zarandeaban por la habitación».

Como he dicho, me costó leerlo. Tiene partes que se entienden bien, con buenas e interesantes reflexiones llenas de ironía y verdades como puños, y otras más densas, que no he entendido y que hacen un poquillo cuesta arriba su lectura.

Pero me parece un libro importante, y su valor reside en las ideas feministas que escribió la autora ¡en 1928! Habla de temas que todavía hoy podríamos reivindicar: de los privilegios de los hombres, del patriarcado, de la vida a la que estaban destinadas las mujeres, de su falta de oportunidades y, concretamente, de las dificultades para ser escritoras en ese sistema patriarcal.

«Ni el más fugaz visitante de este planeta que cogiera el periódico, pensé, podría dejar de ver, aun con este testimonio desperdigado, que Inglaterra se hallaba bajo un patriarcado. Nadie en sus cinco sentidos podría dejar de detectar la dominación del profesor. Suyos eran el poder, el dinero y la influencia.

Era el propietario del periódico, y su director, y su subdirector. Era el ministro de Asuntos Exteriores y el juez. Era el jugador de criquet; era el propietario de los caballos de carreras y de los yates. Era el director de la compañía que paga el doscientos por ciento a sus accionistas. Dejaba millones a sociedades caritativas y colegios que él mismo dirigía. Era él quien suspendía en el aire a la actriz de cine. Él decidiría si el cabello pegado al hacha era humano; él absolvería o condenaría al asesino, él le colgaría o le dejaría en libertad. Exceptuando la niebla, parecía controlarlo todo».

Al mismo tiempo, resulta abrumador: ochenta y nueve años después todavía tenemos que reclamar lo mismo, esa igualdad de derechos de la que ya hablaba Virginia Woolf. Supongo que, en su momento, sus palabras causasen una pequeña revolución (o, al menos, escandalizasen): una mujer escritora hablando ante un público femenino sobre ideas feministas, criticando a la sociedad británica, al patriarcado, y reclamando igualdad de derechos.

«Y ¿cómo engendrar lo más deprisa posible esta cualidad imponderable [confianza en nosotros mismos] y no obstante tan valiosa? Pensando que los demás son inferiores a nosotros. Creyendo que tenemos sobre la demás gente una superioridad innata, ya sea la riqueza, el rango, una nariz recta o un retrato de un abuelo pintado por Rommey […]. De ahí la enorme importancia que tiene para un patriarca, que debe conquistar, que debe gobernar, el creer que un gran número de personas, la mitad de la especie humana, son por naturaleza inferiores a él. Debe de ser, en realidad, una de las fuentes más importantes de su poder.

[…] Por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse. Así queda en parte explicado que a menudo las mujeres sean imprescindibles a los hombres. Y también así se entiende mejor por qué a los hombres les intranquilizan tanto las críticas de las mujeres; por qué las mujeres no les pueden decir este libro es malo, este cuadro es flojo o lo que sea sin causar mucho más dolor y provocar mucha más cólera de los que causaría y provocaría un hombre que hiciera la misma crítica.

Porque si ellas se ponen a decir la verdad, la imagen del espejo se encoge; la robustez del hombre ante la vida disminuye. ¿Cómo va a emitir juicios, civilizar indígenas, hacer leyes, escribir libros, vestirse de etiqueta y hacer discursos en los banquetes si a la hora del desayuno y de la cena no puede verse a sí mismo por lo menos de tamaño doble de lo que es?».

Vale, sí, la parrafada de arriba es bastante larga, pero cada vez que la leo me dan ganas de ponerme en pie y aplaudir.

Y es que, como indica el título del ensayo, Woolf reclama que las mujeres escritoras tengan su propia habitación para poder escribir en libertad, sin distracciones, con lo que, además, esto significa: tener su propio trabajo remunerado y lograr su independencia. Pero, dado el sistema en el que vivían, muy pocas mujeres lograban dedicarse a la literatura, y las que lo hacían (Woolf recuerda el trabajo de Jane Austen o las hermanas Brönte), escribían rodeadas de gente, cuando podían o las «dejaban».

«La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad. El mundo no le decía a ella como les decía a ellos: «Escribe si quieres; a mí no me importa nada». El mundo le decía con una risotada: «¿Escribir? ¿Para qué quieres tú escribir?»».

En resumen: Una habitación propia es una lectura difícil, pero con reflexiones interesantes, importantes y necesarias. Vale la pena hacer el intento de leer este ensayo.

«Me aventuraría a decir que Anon, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer».

Libro de la misma temática que también podría gustarte:

todos_feministas_portadaTodos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie: el estilo es muy muy diferente al de Una habitación propia, pero ambos son discursos feministas.

Chimamanda escribe de manera más directa y sencilla, resulta más fácil captar lo que dice (la forma de escribir de Woolf, a mi modo de ver, es más enrevesada) (aunque también las separan varias generaciones, claro). Pero las dos autoras hablan del papel de la mujer en la sociedad, de la igualdad de derechos, de feminismo.

Publicado por Cintia Fernández

Leo, escribo, corrijo. Y vuelta a empezar.

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