«En casa, con mi familia, con mis amigos…, con todos, me creé un personaje. Para fingir ser quien no era. Llevo tanto tiempo siendo eso que ya no sé cómo ser otra cosa. Cómo ser yo mismo. Me da miedo».

Título: El chico tras la ventana
Autor: Miguel Muñoz
Año de publicación: 2025
Editorial: Harlequin Ibérica
Género: romance
Tags: misterio, salud mental, vecinos
Número de páginas: 368
Inicio: «Gabi tiene que estar al llegar. Hemos quedado a las diez y media y son las once menos diez; pronto se cumplen sus treinta minutos de retraso reglamentarios. Hubo una época en la que estaba seguro de que cambiaría a mejor, pero, teniendo en cuenta que ya estamos en 2017, lo he dado por perdido».
Tuve la inmensa suerte y el privilegio de formar parte del jurado del III Premio eLit LGTBI de Harlequin Ibérica y, para mí, El chico tras la ventana era la clara ganadora. Además, con motivo de la publicación de la novela, charlé con el autor sobre sus historias, su proceso de escritura y dónde encuentra la inspiración, entrevista que puedes leer en este enlace.
El chico tras la ventana está contada bajo dos puntos de vista, tenemos las dos visiones de la historia, algo muy interesante ya que ambos personajes, Érik y Bruno, en principio son muy diferentes.
Por un lado tenemos a Érik, más relajado y divertido, vago, desorganizado, a quien parece que nada le importa y todo le da igual. Pero, por supuesto, tiene sus propios problemas: no se siente valorado por su familia ni orgulloso de sí mismo, está perdido y no sabe qué hacer con su vida. Es fácil identificarse con él, en algún momento muchos nos hemos sentido así («Me siento como un hámster dando vueltas día tras día en la misma rueda sin moverme del sitio. No sé a dónde voy. No tengo destino. A veces siento que solo corro hacia delante para huir de lo que hay detrás»). Y también es una de esas personas que se involucran y ayudan a los demás, que lo demuestran estando contigo, escuchándote o reservándote una silla de su piso que nadie más que tú tocará.
Y luego tenemos a Bruno (Brunito), más serio y controlador, con una obsesión por la limpieza que le hace ser esclavo de ella y prácticamente encerrarse en su apartamento («Esta casa me asfixia. Aunque supongo que no es problema de esta casa en concreto; soy yo el que me asfixio a mí mismo»).
Precisamente su obsesión por la limpieza está tratada de forma muy natural, a veces a través del humor, siempre con respeto, nunca sin caer en demasiado dramatismo, y superbién transmitida; resulta sencillo meterse en la cabeza de Bruno, en esa espiral, en ese abismo. Que alguien lo lleve a terapia, por favor.
Cuando estoy con él, si lo abrazo, lo toco o me siento en su sofá, no puedo estar plenamente a su lado. Mi cuerpo se divide en dos: el que intenta permanecer en el momento presente y el que da vueltas y vueltas a las consecuencias de mis acciones. Porque, cuando toco algo, cuando mi casa no está limpia, cuando siento la necesidad de darme una ducha, es como si la vida y el mundo entraran en pausa. De pronto, no hay más que el constante zumbido que me exige resolver lo que está mal. No vuelvo a recuperar la calma hasta que enmiendo el error.
Además, el proceso de su relación es muy orgánico y bonito: pasan de saludarse a través de la ventana a hablar en la calle como simples vecinos, a compartir un misterio, a hacerse amigos, mejores amigos, hasta enamorarse. Y aunque, como decía, Bruno y Érik pueden parecer muy distintos, ambos buscan a alguien que los apoye y los quiera, que los vea, y, dentro de esas diferencias, se complementan.
Se podría decir que vive en el caos. Pero no lo acepta. Busca el orden. Mientras tanto, yo me someto al orden y ansío volver al caos. Parece que seamos polos opuestos. Supongo que, justo por eso, hay algo que nos une.

También los dos son ingeniosos, y leerlos es superdivertido. La dinámica que se traen, las pullas que se lanzan, son bastante guais; sus conversaciones, las de WhatsApp, por ejemplo, cuando empiezan a hablar, son para sonreír como una boba, y sus pensamientos respecto al otro, de hacerte reírte mucho:
Érik se acerca a mi rostro y me entierra la cara en sus pectorales. Se me pasa por la cabeza que no estaría mal morir asfixiado por ellos.
Y:
Bruno, que sepas que no te como la boca ahora mismo porque igual me revientas de un codazo o algo por el estilo. Pero lo que siento en el pecho no puede ni explicarse con palabras.
Otra de mis cosas favoritas de El chico tras la ventana es la naturalidad con la que Bruno le pregunta a Érik si es gay, cómo trata el tema cuando Érik le dice que está en el armario, que quiere ser «normal», y Bruno le recuerda que ellos también lo son. Una vez más, es muy fácil verse reflejado en la reflexión que hace Érik tras contar a su familia que es gay, creo que muchas personas del colectivo LGBT+ hemos sentido lo mismo en algún momento:
Estoy como en otra realidad. A partir de ahora, pase lo que pase, no podré volver a la que ya tenía. Las consecuencias, sean las que sean, se convertirán en una constante de aquí en adelante.
La historia, además, engancha desde el principio gracias a un puntito inquietante, casi paranormal, y no puedes dejar de leer. Quieres saber qué está ocurriendo en casa de Bruno, qué es esa sombra que ve Érik en la ventana. Y es que es uno de esos libros que, si te descuidas, te lees del tirón, con capítulos cortos que agilizan una lectura ya de por sí rápida gracias a la narración tan fluida. Tiene un lenguaje sencillo, actual y natural, como un amigo cercano contándote algo, y, a la vez, con la belleza propia de la pluma de Miguel. ¡Y los diálogos! Están muy muy muy bien: directos, claros, van a lo importante de una manera realista.
Como ya comprobé en Oculto en tus ojos, el autor sabe equilibrar bien los momentos y reflexiones más intensos con otros más corrientes, divertidos y distendidos. Trata los temas serios de una manera simpática y consigue que, en general, leas con una sonrisa en la cara y el corazón calentito. Y digo en general porque, por supuesto, la historia también tiene sus momentos más emotivos en los que se me ha escapado alguna lagrimita, sobre todo porque el dolor tanto de Bruno como de Érik traspasa el papel, lo entiendes, te identificas con ellos. Y ese «amor imposible» también te agujerea un poco el corazón:
Mis labios se ensanchan más de lo que esperaba y mis ojos se colman de un cansancio sin igual. Me apetece desplomarme sobre el hombro de Bruno, dejar que sea él quien me sostenga. Una pena que no pueda tocarlo. Él no querría.
👉 En definitiva, El chico tras la ventana cuenta con elementos que ya son seña de identidad del autor: un humor muy natural y divertido, una escritura preciosa y un toque fantástico que engancha desde el inicio. Y, sobre todo, unos personajes a los que quieres en un pispás, casi desde que intervienen por primera vez. Acabo de terminar de leer la novela y ya los echo de menos. ❤️🩹
