Desde que me dedico profesionalmente a la corrección de textos, sobre todo de novelas, leo muchas muchas historias de diferentes géneros y distintos autores, más las que leo en mi tiempo libre. Mi tarea como correctora no es meterme en la trama ni su desarrollo, pero sí hago, como ejercicio personal, un análisis de su desarrollo para aplicarlo a mí propia escritura. Y una de las cosas que más me encuentro es la falta de equilibrio en las escenas.
Es decir, que hay escenas importantes que se desarrollan poco y otras casi de relleno que se alargan páginas y páginas. Y es que, por obvio que suene, no todas las escenas de una novela tienen el mismo peso, algunas nos cuentan puntos clave, otras nos dan algún dato, otras son meras transiciones. Por eso, no todas las vestimos igual.
La falta de equilibrio puede deberse a varios factores:
1️⃣ No sabemos cuáles son las escenas importantes. Escribimos sobre la marcha, según nos viene la inspiración, sin pararnos a pensar si esa escena es importante o no ni hacer ningún trabajo previo, una pequeña organización.
Si eres escritor de brújula y precisamente no organizas ni preparas nada, hazlo después, cuando toque la fase de reescritura: párate en esas escenas de mayor peso y refuérzalas.
2️⃣ Quizá el más obvio: no sabemos precisamente la importancia de mantener este equilibrio, de preparar las escenas importantes; de ahí que, ¡hola!, me haya parecido interesante escribir sobre esto.
Ten en cuenta que, cuando nos detenemos en una escena, es nuestra manera de decirle al lector, sin decírselo directamente: «Eh, atento, que esto es importante». Y una escena es importante por cómo nosotros, como autores, se la vendemos al lector: no solo porque ocurra algo especial o trascendental, sino por cómo la adornamos, como la mostramos, cómo decimos las cosas y el tiempo (las palabras) que le dedicamos.

Para ello, por supuesto, debemos saber cuáles son esas escenas, las estratégicas o especiales, para pararnos en ellas y mostrarlas. Así, nos encargamos de preparar el momento en cuestión: describimos lo que dicen y sienten los personajes (y recurrimos a los cinco sentidos, por ejemplo), cómo reaccionan a lo que ocurre, lo que pasa alrededor, el ambiente, el paisaje; utilizamos palabras precisas y concretas que ayuden a generar los sentimientos y sensaciones que pretendemos con esa escena, etc.
¿Y qué hacemos con las cosas que también queremos o necesitamos contar pero que no son tan importantes para desarrollarlas en una escena? Recurrimos a pequeños resúmenes o sumarios, es decir, contamos lo que ha ocurrido. Por ejemplo, si en nuestra historia hay un salto en el tiempo y lo que sucede en él no nos interesa para la historia, resumimos en un párrafo o dos lo que le ha pasado al personaje en ese tiempo, y solucionado.
Memorable para el lector
Una de las últimas novelas que he corregido seguía la estructura del viaje del héroe, es decir, el personaje se embarca en una aventura, se enfrenta a desafíos y los supera, se convierte en una mejor persona y, la mayoría de las veces, consigue sus objetivos y «salva el día». El caso es que, a mitad de historia, el protagonista conocía por fin a una gran personalidad, a modo de mentor, como si fuese el Gran Mago Sabelotodo. Pero el autor despachaba rápido ese momento y continuaba con el siguiente. Yo, como lectora, entendí que no era importante, pero, más adelante, por comentarios del protagonista, me di cuenta de que sí, y tuve que volver atrás para releer con mayor atención.
En otra novela de corte romántico, el primer encuentro de la pareja protagonista, ese momento en el que se conocen y que tan importante es en una historia de esas características, la autora lo resumía en un par de párrafos, a modo de sumario (o resumen), sin diálogo, ni datos concretos, ni nada que le aportase esa magia, lo hiciese especial o, al menos, memorable para el lector.
(Con esto no significa que esos momentos tengan que ser también especiales para el personaje. Siguiendo el ejemplo de la novela romántica, puede que ese primer encuentro, en principio, no signifique nada para el protagonista. Por ejemplo: tiene un pequeño altercado en el supermercado con el otro personaje, donde intenta colarse a la hora de pagar, y después sigue con su vida y no le da más vueltas (hasta que, escenas después, se vuelven a encontrar). Pero nosotros, como lectores, y si el autor lo ha preparado bien, nos daremos cuenta de que es un momento especial, ¡los personajes se están conociendo!, ¡es la primera vez que interactúan!, ¡se están cayendo fatal y se van a enamorar, jijiji!).
👉 Hay ciertas pautas o maneras de hacer que, objetivamente, funcionan mejor, pero al final cada uno hace lo que quiere o con lo que más cómodo se siente. Por supuestísimo, ni yo tengo la verdad suprema (¡ojalá!, ¿te imaginas?) ni por suerte hay nada tallado en piedra. La maravilla y la libertad de la escritura.
